Una mañana gris de otoño, Roberto subió al tren con la ilusión de descansar unos días en Valle Seco, el pueblito de su infancia; llevaba un pequeño bolso y muchos deseos de liberarse de sus angustias. Se sentó del lado de la ventanilla para poder apreciar el paisaje y disfrutar desde el principio del verdor de las praderas. Ni bien se inició la marcha de la formación, con el movimiento lento primero y rápido después, se quedó dormido profundamente.
Los golpes en el hombro lo sobresaltaron, desperezándose, acomodándose la ropa y el cabello, miró sorprendido al hombre que estaba de pie a su lado:
- Sí, ¿qué necesita?
- El boleto señor para controlarlo y picarlo, contestó el guarda.
- Ah! Disculpe, me asusté, acá lo tiene.
- Pero señor este no es el boleto, es un pase al país de las hadas.
- ¿Cómo dice?
- Lo que escuchó: el país de las hadas.
- No entiendo, murmuró Roberto, si en la ventanilla estaba el nombre de mi pueblo y así se lo indiqué al boletero.
- ¿Qué número tenía esa ventanilla?
- Más que un número parecía un signo, era como un arco cortado ? pero pensé que le faltaba una parte para convertirse en el ocho.
- Bueno, ha sido un error, pero no se preocupe, estamos llegando conocerá algo distinto.
En ese instante el tren se detuvo, descendió Roberto, pero fue tal el resplandor que
le obligó a cerrar los ojos; después de unos minutos empezó a abrirlos lentamente.... un lugar de ensueño, un ambiente de gran belleza, sin embargo, la sensación fue de lejanía. Contempló extasiado el paisaje: un bosque espeso, un lago que todo lo reflejaba, flores multicolores, que parecían pintadas, se esparcían de derecha a izquierda. De cada una de ellas surgieron seres fantásticos con contorno de mujer, etéreas y humanas a la vez, moviendo con donaire y elegancia sus transparentes vestidos. Sujetaban en sus manos una varilla de marfil con un signo en forma de semi arco y tenían en sus cabezas un gorro redondo terminado en punta del que colgaban hilos de perlas blancas. Con gestos dulces y palabras cantarinas lo atrajeron y lo llevaron por entre los tupidos árboles, le hablaron de ese maravilloso país y le aseguraron que por ser un elegido le concederán la felicidad, la riqueza y la salud, con la firme promesa de no divulgarlo.
De los labios de Roberto partió esa promesa, casi sin darse cuenta, y, en el mismo instante aparecieron otras hadas pero que tenían perlas negras en su bonete, jurándole que ellas, con sus poderes maléficos, estaban para negarle todas las buenaventuras que le habían prometido sus hermanas de fantasía; entonces, ante la imposibilidad de soportar tantas cosas extrañas, cayó desmayado.
- Señor, señor!! (otra vez el guarda).
- ¡Por favor, por favor!, sáqueme de aquí, pidió Roberto.
- Pero señor, usted debe bajar por sus propios medios, ya llegamos a Valle Seco, yo no puedo abandonar el tren hasta que esté totalmente vacío.
- Pero....¿Cómo? ¿No descendimos en país de las hadas?
- No señor, seguramente ha sido un sueño porque usted durmió profundamente todo el viaje; tome su bolso y baje con cuidado.
Resignado, confundido todavía, hizo lo que decía el guarda: levantó su bolso, lo calzó en su hombro y al inclinarse para comenzar el descenso, del interior del mismo cayeron dos perlas blancas y una negra.
Publicado y premiado.
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